piazza Karl o...Kks eye.

piazza Karl o...Kks inusual eye.

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 Cecilio I
Allí donde las calles se unen con los colores verdes de mugre y los silencios de los ladrones espectantes, caminaba Cecilio con su típico humor de perros. Le gustaba darse un paseo luego de las duras jornadas de trabajo, solo para respirar mejor los hollines vaporosos de la ciudad K.

K tenía la singularidad de ser especialmente caótica los jueves, entre los basares de baratijas inservibles que inundaban las calles estresadas, cortesía de los errantes vendedores que, al no tener nada más que hacer aquellos días de baja actividad comercial, ingeniaron una manera de ganar aún más dinero a expensas de los viandantes, que andaban en rebaños a ser arrebatados de dignidad comprando bolígrafos brillantes de la Patagonia, o mosquiteros atrapasueños de Indonesia, o cualquier cachivache estrafalario encontrado en las infinitas cestas de plástico.

Todo esto se concentraba en la principal de Los Colibries, alargada pasarela famosa por sus numerosos accidentes de tránsito, causados a su vez por los silbantes e imperceptibles (como los colibríes) andares de las motonetas cabalgantes. Todo tipo de maniobras y piruetas se inventaban sus domadores para arrebatar y despojar de sus bienes a los pobres hombres de valentía o idiotez que intentaban cruzar la avenida.

Era el deporte aclamado por los bajos fondos subirse a un colibrí (como les llamaban desde el '64 al decidir que "turpial" era bastante amanerado) y dar manotazos a quemaropa que se llevan desde lujosos collares y lentes de sol, hasta los bolsillos completos con billeteras de cuero incluidas. Había quienes preferían llamarse pianistas, por sus manos delgadas y ágiles. Estos hombres poseían la habilidad de arrebatar objetos incluso dentro de las prendas femeninas  y sacar los pequeños fajos de dinero escondidos entre sus coyunturas y sacarlos de la manera más sutil, en cuestiones de microsegundos (o "antes de que la cuaima le dé una cachetada").

Tal era el caso de Lalo 'Ame un Abrazo, reconocido estafador de mucha monta famoso por dar abrazos a sus víctimas, quitándoles relojes, cinturones, zarcillos, teléfonos, almohadillas para los juanetes, todo lo quitable e inquitable. Cómo lo lograba? Pregunta que se hacían las viejitas de la esquina Sánchez en cada nueva conversación que repetían del día anterior por la senilidad de sus ideas. Se acercaba, comenzaba un monólogo participativo (el ser robado es una ardua acción) y más rápido que ratón con sobredosis de azúcar, Lalo daba su cariñoso abrazo y se alejaba con una sonrisa que te hacía suspirar y sentirte en las nubes. Claro que al darse cuenta que la ligereza venía de los bolsillos y carteras vacías, el suspiro tendía a convertirse en estruendosas maldiciones que despertaban al sordo Tino en sus siestas de la tarde.

Total que Lalo andaba ahora enfiebrado con los colibríes y todos pensaban que sería un rey, hasta que en uno de sus primeros días se le ocurrió robar de una pasada a Cecilio, que caminaba en uno de sus humores por la ciudad K.

Cecilio ese día, como todos los jueves, compró su pan gallego, esa panela de coraza crocante y dura como el diamante; era el único en comprarlo en la panadería de Laura. A Cecilio le encantaba el sabor del gallego, le fascinaba la textura encontrada bajo la concha marrón quemado que la envolvía.

Quién es ese gorilón que va por la calle como en su casa?" preguntó Lalo con sus ojos de águila viendo en Cecilio un trofeo a ganar. "No te metas con ése, mira que te deja tuerto en una..." pero Lalo no aceptaba advertencias, y arrancando con un giro de la muñeca, su colibrí corrió en un silbido hacia Cecilio, que era el único en cruzar la calle con tranquilidad de pereza.

Lalo se preparó: dejó una mano maniobrar el volante y sus rodillas elevarlo del asiento con ligereza, como rayo esperando ser lanzado en una ráfaga de picardía y mala intención; sus pupilas se dilataron y sus labios se abrieron  suspirando lentamente...la mano de Lalo atacó como serpiente venenosa....pero mientras tomaba la billetera del gorilón con un tacto glorioso, el gallego aplastó la nariz de Lalo y lo tiró al suelo con el ruido crujiente de la bolsa de papel que lo envolvía.

Todos vieron riendo la escena, Lalo tirado en el pavimento sangrando de sus cavidades nasales y sosteniendo inconciente la billetera de Cecilio, que caminaba serio hasta su paradero murmurando para sus adentros: "Esta vez el asqueroso ha logrado quitarme la billetera...te estás volviendo viejo Cecilio...muy viejo...al menos me ha suavizado el pan, tenía tiempo que nadie se atrevía a hacerme el trabajo."

Y luego de caminar por el callejón Los Amores y desaparecer, Cecilio partió como mantequilla su gallego y comenzó a disfrutar de esa textura de masa cruda y levadura que tanto le fascinaba.


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